lunes, 4 de abril de 2011

Redacción Sant Jordi

Si vas por la calle un dia como cualquier otro, normalmente vas pensando en tus problemas, planes, ideas, emociones o imaginas un momento especial para ti, normalmente no prestas atención a lo que te rodea, a la gente que pasa y a todo lo que ocurre a tu alrededor. Cada persona va absorta en su mundo, sin preocuparse por las cientas de personas que te cruzas sin darte cuenta.

Es por eso que a mi me gusta observar a la gente, porque según sus gestos, su mirada o simplemente su cara se pueden ver muchas cosas sobre esa persona.

Cristina llegó a la parada del autobus, comprobó que aun faltaban 5 minutos para que pasara el suyo y se sentó en el banco al lado de una mujer. Se puso los cascos y la música para que pasara más rápido el tiempo y miró a esa mujer. Debia tener unos 50 años, llevaba el pelo recogido con un moño perfecto y los labios y las uñas rojas, a conjunto. Se la veía muy seria y Cristina se preguntó que le pasaria por la cabeza. Al ver su triste mirada intuió que seguramente tenia algún problema. Y no se equivocaba, su marido padecía cáncer de pulmón y su hijo llevaba más de 2 años en el paro. En ese momento llegó su autobus, Cristina subió, se sentó y observó a la mujer que se habia quedado en la parada mientras se alejaba. Le dió muchisima lástima. Entonces se fijó en un chico que estaba sentado justo en frente de ella. Llevaba una cresta de color naranja encima de la cabeza y los lados completamente rapados y vestía con unos pantalones piratas dos tallas más grandes y una sudadera negra con un dibujo sádico en medio. Cristina pensó en cambiarse de sitio porque, sinceramente ese chico daba miedo, pero creió que quedaria muy mal así que se puso la música y miró por la ventana. No podia dejar de pensar en el chico que tenia en frente, en como podia ser que hubiera gente con esos gustos. Pensó que para gustos colores así que lo dejó correr. Normalmente la gente que viste así suele tener algun tipo de problema social o de cualquier tipo y son poco aceptados por la sociedad. Al venirle a la cabeza esas palabras de su profesora de sociales a Cristina, pensó que lo mejor seria decirle algo para que no sintiera que le daba miedo. Se giró hacia él decidida, le sonrió y le preguntó hacia donde se dirigia. Entonces el autobus se paró, el chico se levantó del asiento y dijo “Esta es mi parada. Adiós.” y se bajó. Bueno, almenos ella lo habia intentado, aunque ahora que lo pensaba la pregunta habia sido un poco estúpida. Después de 10 minutos Cristina llegó porfin a su parada y se bajó del autobus. Mientras iva andando por la calle vió a dos chicas sentadas en un portal, una llorando y la otra intentando inutilmente consolarla. Viendo el panorama Cristina supo con certeza que se trataba de algun chico, y así era. En verdad no hay nada tan cruel como el amor cuando no se comparte por ambas personas. Cristina se acordó de aquel chico que la trajo loca hacia tan solo unos meses pero rapidamente lo apartó de su mente. Llegó a su portal, llamó al ascensor y cuano iba a subir se encontró con el vecino que bajaba. Era un hombre mayor, viudo y con unos ojos azules que deslumbraban al mismo Sol. Cristina se alegró de verle, ya que cuando era pequeña él la acompañaba al parque todas las tardes. Se quedaron un rato charlando en el portal hasta que él se tuvo que ir. Cristina subió al ascensor y se puso a pensar en el vecino. Ahora que lo pensaba, su mujer habia muerto dos años atrás, vivía solo y su hija nunca podia visitarle porque siempre decia que estaba muy ocupada con el trabajo, y a pesar de todo siempre le veía feliz, con una sonrisa en la cara y de buenas maneras. Nunca en la vida lo habia visto triste, incluso cuando su mujer falleció él fue a la fiesta de cumpleaños de la hermana pequeña de Cristina y se lo pasó en grande. Pero Cristina estaba segura que en su casa cuando nadie le veía lloraba. Estaba segura que era un hombre de los que no les gusta preocupar a la gente con sus historias y penúrias, de los que no les gusta hablar de la muerte o de enfermedades y de los que sufren por dentro pero se alegran por fuera.

Cuando llegó a casa aún no habia nadie, salvo su perro que como siempre se alegró de verla y fue a recibirla. Cristina se puso su música de nuevo, se tumbó en la cama con el perro a un lado acariciándole la cabeza y pensó en lo bonito que seria que, por una vez, las personas se interesaran más por las dificultades de los demás antes de opinar sobre ellos.