Esa tarde decidimos ir a la playa a dar un paseo con los perros y, así, salir un poco de ese inhóspito hotel, agreste y senzillo. Llegamos al mediodía, cuando el Sol picaba más fuerte. Era una playa enorme, al principio el terreno era árido y seco, pero a medida que ibamos acercándonos a la orilla se convertía en marisma. Caminamos un rato por el malecón mientras los perros corrían de aquí para allá y se metían en una ciénaga que había por allí. Estaba claro que tan sólo llegar a casa todos se iban a dar un buen baño...Observamos como un barco descargaba en la dársena y habia otro atracado con un vasto agujero en la cubierta atado de cabo a cabo con una cuerda muy gruesa.
Entonces vislumbramos una bocana que daba a una bahía y pensamos que sería un buen sitio para parar a comer, ya que todos estabamos muertos de hambre. El suelo de esa bahía era yermo pero agradable, la arena no era muy fina y por tanto resultaba menos empalagoso. Mientras comiamos pudimos disfrutar de las hermosas vistas que nos ofrecía esa bahía, y también un cabo que sobresalía hacia el mar y en el que había una espécie de faro. Estuvimos toda la tarde en esa bahía jugando con los perros, bañandonos en el mar...Al atardecer decidimos que ya era hora de volver a casa, pero nos había gustado tanto ese nuevo descubrimiento que hasta día de hoy aún sigo acudiendo con mis hijos y nietos.
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